NOELIA DROJAN

¿Quién soy…?

Mi nombre es Noelia Drojan. Los primeros recuerdos literarios de mi vida son de poesías de Gloria Fuertes. Aunque, cuando era niña, leí libros de fantasía, no me enamoré de Harry Potter como la mayoría, sino de la literatura clásica española. Mi pasión: El Quijote de la Mancha. 

El primer cuento lo escribí con unos doce años, ni siquiera sé de qué trataba. Con él las decepciones de la vida llegaron, y con una mochila cargada de ansias de libertad superé mi adolescencia. Así lo conocí. Sí, a él. A Axel Drojan. Corriendo juntos hacia una anhelada rebeldía, nos enamoramos.

Soy rara. No lo digo yo, sino las personas que han pasado por mi vida. Siempre me ha encantado estudiar, sentarme en mi soledad y aprender, leer libros clásicos o hablar sobre cuestiones interesantes (política, economía, filosofía…). También soy contradictoria. Aprender me lleva a cambiar y a evolucionar. Así que, no te tomes a pecho lo que diga hoy, porque mañana mi perspectiva puede cambiar. 

Hace algunos años comencé a escribir, en silencio. Todo el mundo que me conoce lo sabe: soy silenciosa y algo misteriosa. Al principio escribía poesía de todo aquello que me sorprendiera, sobre todo de la naturaleza. Pero estuve anclada un tiempo. Ahora he vuelto a escribir… Lo que me apetece, sin presiones, sin ilusión, sin expectativas.

Soy una devoradora de libros desde siempre, cuando empiezo no puedo parar. Es una adicción. Y escribir se ha convertido en mi gran proyecto futuro, un camino que ha llegado a mí sin pedirlo, pero del que no me puedo deshacer. 

He encontrado mi sitio junto a las letras. Mi deseo es seguir leyendo mucho, escribiendo lo que me apetece y seguir construyendo Casa Drojan. Un lugar donde hablar y disfrutar de la literatura. 

¿Qué he escrito?

ANTOLOGÍA DE RELATOS DE TERROR

RELATO SUSPENSE: REMINISCENCIA

GRATIS EN LEKTU

DICIEMBRE 2021

RELATO SUSPENSE: LA VALLA

MICRORRELATOS

¡ESCAPA!

No se trata de huir, de correr sin rumbo. Es escapar sin más. Escapar una y otra y otra vez. Alejarse de los ojos negros que te saludan con una sonrisa. La sonrisa forzada del veneno que, aún siendo en pocas dosis, te penetra el cuerpo y destruye tus células. Si supiera distinguir los dientes del diablo no escaparía nunca. Pero cada persona hace mella en mí, para dejarme sin aliento cada vez que despliega sus labios y entorna su rostro para reflejar una fingida amabilidad. Sonrisa que me permito reflejar cuál diablo te saluda, y del que no podrás escapar. 

¿Quién pregunta…?

— ¿Quién eres?
— Ni si quiera yo lo sé…
— ¿Por qué me miras así?
— Porque ando perdida…
—¿Puede el reflejo de un espejo ayudarme?
—Ya lo creo que sí. 

Una grieta en la tierra

Se cae el cielo a pedazos. Hace añicos el universo, dejando una superficie gris y devastada. Nadie sabe quiénes somos ni de dónde venimos. Hemos amanecido con un cielo rojizo a punto de reventar. La cabeza me da vueltas mientras pienso que nada de esto tiene sentido. Para qué esperar a que se fundan nuestras entrañas y veamos nuestra propia muerte. Si nada tiene sentido, por qué estamos sentados viendo la tierra absorber nuestros pies. Es nuestro último suspiro y aún esperamos a que nuestros ojos muertos y deformados despierten de este puto sueño. 

En las sombras

Estaba sentando allí, viendo a la gente jadear en la estación. Me sentía solo, abandonado, como todas las mañanas. Mi traje arrugado de tantos días en la oficina escribiendo sin más y mi maletín negro que hacía juego iban conmigo. Nada me importaba ya.

Aquella mañana la parada era: Nuevos Ministerios. Como de entre la niebla y a través de un tumulto de almas subiendo y bajando de mi vagón, entró una mujer. En silencio, con tristeza se sentó frente a mí. Tenía un pelo rubio brillante y unos ojos claros. Ninguno dijimos nada.

Así, de la nada, en la siguiente parada ella se marchó. Antes de bajarse del vagón, en el que yo seguía sentado, me miró. Y yo la miré. Ambos sumidos en nuestra tristeza que es la vida nos dedicamos una leve sonrisa. Ella bajó, y lo último que recuerdo es verla desaparecer entre las sombras de la multitud, con su cabello rubio ondeado por el viento.

Yo sigo aquí, cada mañana, sentando en el mismo vagón, esperando que algún día aparezca de nuevo. Mientras tanto miro en la oscuridad de las vías, por si llega la luz de nuevo.

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