Salida 301

La carretera estaba muy oscura. Entraba en un tramo sin alumbrar, pero gracias a sus grandes faros, podía ver gran parte de las curvas sin el mínimo riesgo a despeñarse. Iba en dirección al Norte. A la mañana siguiente, tenía que entregar un cargamento importante. Debía de ser puntual, si no, su jefe le echaría una buena bronca.

Mientras conducía, encontró un lugar para poder cenar algo y continuar un poco más hasta el punto que tenía previsto parar para descansar un poco, ya que no le quedaban muchos kilómetros y se encontraba un poco cansado.

Cuando estacionó su camión en la zona especificada, bajó de este y fue a por un buen bocadillo y un café bien cargado. Pero justo antes de entrar, se encontró a un hombre joven que le pidió ayuda.

—Perdone, ¿me puede ayudar, por favor? —dijo el joven mirándole a los ojos.

—¿Qué le ocurre? —contestó.

—Me he perdido y ahora no puedo volver a mi camión.

—Ah, es también camionero…

—Sí, pero he tenido que caminar hasta aquí para pedir ayuda, pero nadie me cree, dicen que les estoy engañando o algo peor —dijo el joven.

—No te preocupes. Dime qué necesitas.

—He tenido que dejar mi camión a varios kilómetros de aquí, y como se ha hecho bastante de noche, no sé regresar.

—Vale, dame un momento para comprar la cena y te llevo. ¿Está hacia el Norte?

—Sí, por carretera no tiene pérdida.

—Por cierto, me llamo Manuel.

—Encantado, yo soy Julio —dijo el joven lazándole la mano.

Cuando salió de comprar la cena, mediante una seña le dijo al joven que lo llevaría. Ambos se montaron en el camión. El joven se puso el cinturón de seguridad y bajó la ventanilla. Manuel se le quedó mirando extrañado por la familiaridad que había cogido de repente. Obviando aquel detalle, se subió y prendió la marcha.

—Bueno, Julio, dime más o menos por dónde tienes el camión.

—Tranquilo, no tiene pérdida, sal de la vía de servicio y coge la N-110, a unos 3 kilómetros encontrarás la salida 301, pues cogiéndola, a unos pocos metros está mi camión.

—¿Tanto has caminado? —dijo Manuel incrédulo.

—Sí… Cuando la necesidad aprieta, tienes que moverte…

—Estoy de acuerdo, pero… ¿no tienes teléfono?

—No… o sea, sí, pero está averiado.

Aquellas contestaciones no le gustaron nada a Manuel, pero ya estaba de camino al lugar que le había dicho. Mirándolo de reojo, intentó sacar alguna información valiosa para saber qué tipo de persona podría ser. Él estaba acostumbrado a ver a todo tipo de personajes. Los cazaba desde bien lejos, pero esta vez, el chaval tenía algo raro. Quizá demasiado joven para ser camionero. El primer pensamiento le hizo ir más despacio. «¿Me querrá robar?», pensó. Las posibilidades son infinitas cuando te encuentras con un desconocido, y ahora Manuel se encontraba en aquella tesitura.

Aunque estaba acostumbrado a conducir de noche y rodar por las carreteras más inhóspitas, la salida que le había dicho el chico parecía sacada de un cuento de terror. No había nada a su alrededor. No había ningún lugar para estacionar. Ninguna gasolinera. Miedo. Sin que el chico se diese cuenta, Manuel divisó a su espalda la pistola que tenía para casos de emergencia. A lo mejor no era nada, pero… ¿y si sus pensamientos estaban en lo cierto?

Cuando encontró la salida, el chico carraspeó y se incorporó.

—Allí está —dijo señalando con el dedo al lugar más oscuro. Manuel miró y los pelos se le erizaron.

—¿Estás seguro?

—Claro, jefe.

Manuel, llegó al lugar y se encontró con un camión muy antiguo. Respiró un poco aliviado. Julio fue a bajarse, pero se volvió rápidamente. Sus ojos se quedaron clavados en los de Manuel. Eran unos ojos profundos de color verde. Aquella acción lo dejó petrificado. Silencio. Intentó moverse, pero toda la fuerza la había perdido en cuestión de segundos.

Las manos de aquel chico comenzaron a hacer cosas que cualquier mente no podría ver. Por mucho que Manuel gritase, no había nada ni nadie a la redonda para socorrerle, tan solo podía defenderse, pero algo fuera de lo normal, le había anulado sus fuerzas. «Hijo de puta», gritó. En ese momento, Julio, le introdujo una bola de tela para que no pudiera gritar. Así podría hacer el trabajo sin más dificultad.

Al cabo de algunos minutos, solo se podía observar a Julio haciéndole algo a su camión. Parecía como si lo estuviera pintando o poniéndole algo. Pero en medio de aquella oscuridad era imposible ver nada. Solo se podía intuir un bulto negro moviéndose de un lado para otro.

A los pocos minutos, Julio se acercó al lugar donde estaba Manuel.

—¿Sabes una cosa? Siempre he querido hacer esto… La gente casi siempre lleva razón, pero qué más da. Siempre habrá personas como tú, que siempre están dispuestas a ayudar a cualquiera por el mero hecho de pertenecer a la profesión —hizo una breve pausa, para coger una cuerda—. Hasta que no cumplí los 18 años, no pude hacer mi sueño realidad, y eso que mis padres estaban bien muertos… ¡¿Quién ha dicho que yo los maté?! Bueno en realidad fui yo. Me tenían harto, siempre con las mismas historias. Pero la gente cambia, de eso estoy seguro. Yo estoy cambiando, ¿no crees? En realidad… sigo siendo el mismo, ¡pero no lo mismo! Son dos cosas diferentes. Bueno amigo, creo que va siendo hora de despedirnos, me has ayudado mogollón, y te lo agradeceré toda la vida. Has invertido en mí, y eso es valioso. Tu piel es de buena calidad, se nota que te alimentas muy bien. Eso le va a venir genial a mi carrocería. Ah, por cierto, se me olvidó decirte que mi trabajo en realidad es despellejar a las personas para ponérsela a mi camión, pero no te preocupes, dejarás de sufrir en cuanto te arranque la cabeza. No me pongas esa cara, entiéndelo… necesito todo tu cuerpo para la estructura.

Ató una cuerda a la cabeza de Manuel, y sacándosela por la ventana le enseñó su obra maestra. Lo que vio le dejó, no solo aterrorizado, sino, que le hizo perder el conocimiento por tercera vez. Cuando recuperó la consciencia de nuevo, el rugido del otro camión cada vez era más fuerte. Su dolor terminó cuando, un crujido ensordecedor, le arrancó la cabeza.

Julio salió del camión y fue en dirección al cuerpo mutilado de Manuel.

—Ves compañero… Nunca te puedes fiar de nadie.  

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