La muñeca Okiku – Un alma atrapada en porcelana

Podcast: leyenda narrada

Cuenta una leyenda...

Nunca se imaginaron que terminarían venerando una muñeca. Pelo negro y rostro ceniciento; ojos marrones y piel de porcelana. Cuerpo de bebé. Tímida sonrisa. 

La pequeña Kikuko estaba en un futón, arropada para que el aire no tocara ni una parte de su cuerpo. El médico les dijo a los padres que debían mantenerla en casa durante unos meses, tiempo que tardaría la enfermedad en remitir. Habían pasado ocho semanas y la niña seguía encontrándose mal. Todavía no se había cumplido el plazo del doctor, debían esperar un poco más.

Los adultos hacían todo lo posible por hacer que Kikuko no lo pasara mal: le llevaban boles cargados con arroz y su salsa favorita, bolitas de gambas y sopas de miso calentitas. Sin embargo, ni la comida ni las medicinas eran capaces de animar aquel cuerpecito vagabundo, cada vez con menos fuerzas. Solo atinaba en mirar en derredor y sonreír tímidamente. A veces remedaba a su padre cuando este le guiñaba un ojo mientras su madre, arrodillada, lloraba sin consuelo. 

Y fue una mañana soleada, con pajaritos trinando en el exterior, cuando descubrieron, gracias al doctor, que la pequeña Kikuko padecía una enfermedad terminal. Su estado era grave, por lo que no le quedaba mucho tiempo de vida a su alma. Tal vez, una semana, pero puede ser menos, dijo el médico. Aquellas palabras fueron como cuchillos helados clavándose en los corazones de sus padres. Tenían la esperanza de que la pequeña se curase, pero aquella afirmación… 

Sus ojos se iluminaban cuando su hermano iba a verla, le daba un poco de sopa o jugaba con ella al Hanafuda con aquella baraja de cartas Karuta algo carcomidas por el tiempo. Pero la pobre no era capaz de hacer gran cosa debido a las flemas sanguinolentas y a su estado febril. Su hermano recogió las cartas y las dejó encima de la cómoda. Y mientras sus padres acudían para socorrerla, el chico decidió ir al mercado a por unas virutas ancestrales para infusionarlas.

En Sapporo había un río de personas bajando por la calle principal, llena de tiendas y vendedores de milagros ancestrales. La turbamulta no cejaba el empeño de moverse casi sin miramientos. El chico apenas se podía parar para buscar las mágicas virutas que curarían a su hermana. 

Y empujado por el gentío, terminó en un puesto donde habían pocas personas y muchos objetos desordenados. Pero le llamó la atención una muñeca postrada en la esquina del tenderete. Tenía el pelo negro, piel de porcelana y una sonrisa tímida. Como su hermana. La única diferencia es que la muñeca vestía un traje tradicional japonés. Le gustó tanto que decidió comprarla y llevársela a la pequeña moribunda. Comprar las virutas no era garantía de que se curase. 

Al regresar a casa, sus padres le dijeron que la pequeña había empeorado, la fiebre había aumentado y los esputos eran más sanguinolentos que en la mañana o el día anterior. El joven les enseñó la muñeca y dijeron que se parecía un poco a Kikuko; se miraron y dijeron al unísono que le encantaría.

El chico entró en el dormitorio, se sentó a su lado y le acarició la mejilla sonrojada. De vez en cuando, su menudo cuerpo tiritaba, tal vez por la fiebre, tal vez por el dolor agonizante acentuado en su pecho. Le puso la muñeca a su lado y le dijo que se la había comprado para que la protegiera de todo lo malo. La pequeña, que no se esperaba el regalo, sonrió casi sin fuerzas mientras miraba la muñeca y a su hermano. Seguidamente le acarició la mano a modo de gratitud. Y con un hilo de voz, la bautizó Okiku. 

Era una noche nebulosa y templada, su cuerpo temblaba y le costaba respirar; el sabor férreo de la sangre le provocaba una mueca de asco. En su interior sentía como si algo la estuviera oprimiendo. Notaba cómo los órganos se hacían algo más pequeños. El ambiente se estaba cargando de una energía tal vez mezquina, con un aspecto angelical sacado de las fábulas más antiguas del mundo. Intentó mirar a sus padres, que dormían a su lado, pero no fue capaz de abrir los ojos. Su piel tersa, ruborizada por el fuego interno, quiso moverse, pero tampoco fue posible. Aquella energía había abrazado su pequeño cuerpo para hacer con él un conjuro mortal. Poco después, perdió el conocimiento. 

A la mañana siguiente, se despertó algo mareada pero rígida. No se podía mover. La diferencia es que ahora no podía cerrar los ojos. Los tenía entreabiertos, como si estuviera en una sonrisa infinita. Trató de tocarse la cara. En vano. Lo raro era que no le dolieran al no poder cerrarlos. 

Miraba al techo, con aquella sonrisa que no podía dejar de hacer. Gritó. Pero no le salía la voz. Al cabo de un rato, su padre se puso encima y comenzó a llorar. No entendía lo que estaba pasando. Su madre hizo lo mismo al oír a su marido. Ella trató de decirles que se encontraba mejor, mucho mejor, pero que le ocurría algo en el cuerpo. La apartaron con la mano y la dejaron de pie, junto a la jamba de la puerta. Desde allí pudo ver lo que ocurría en realidad. 

El médico decretó la muerte aquel fatídico día a las nueve de la mañana. El siguiente paso, tradición de la familia, incinerar el cuerpo de la pequeña con todas las cosas que ella amaba, para que, allá en la eternidad, tuviera para jugar, comer y recordar. 

La cenizas reposaban en el mueble del salón, junto a ella. Y desde allí arriba se dio cuenta de lo que había pasado. Pero no comprendió cómo. Solo podía pasar en los cuentos y fábulas de los ancianos, ¿no? Porque, aunque las princesas existen, las muñecas parlanchinas no. 

Desde allí arriba veía el trasiego de sus padres y hermano, que caminaban sumidos en un pena y tristeza singular. Arrastraban los pies y lloraban en cada rincón la partida de la pequeña de la casa. El hogar dejaba de tener la alegría que ella aportaba. 

Sin embargo, una tarde, cuando menos se lo esperaba, vio a su hermano mirarla fijamente, casi sin parpadear, con el rostro pálido y boquiabierto. ¿Qué demonios estaba pasando? Obviamente, ella sabía que estaba viva, pero no podía comunicarse con ellos. A los pocos minutos, su padre también se acercó, percatándose de algo. Los dos la miraban fijamente, con la boca abierta. El pelo de la muñeca había crecido. El pelo azabache de la muñequilla había crecido varias centímetros. Y eso, como todo el mundo sabía, era imposible. En cambio, para la madre todo tenía relación: la muñeca, objeto inanimado, es capaz de guardar el alma de una persona.

Y, efectivamente, cada cierto tiempo debían cortarle el pelo a la muñeca, que, en realidad, era Kikuko, no Okiku. 

La pequeña, que había tratado de comunicarse con ellos, descansó en paz al darse cuenta de que sus padres lo comprendieron. Incluso creyó haber llorado en algún momento, pero era incapaz de sentir algo más allá que su rígido cuerpo vestido con aquel traje tradicional. 

Desgraciadamente, un tiempo después, la Segunda Guerra Mundial invitó a todo el mundo a abandonar sus hogares rápidamente. La familia, que se negaba a llevar a su hija, decidieron llevarla al templo Mannenji, en Hokkaido, para que la cuidaran como se merecía, fuera de una guerra que acabaría con la mayoría de las personas. 

Dónde se encuentra la muñeca Okiku en la actualidad...

A día de hoy, se puede ver a la pequeña Kikuko en el pequeño templo Mannenji, esperando a que un conjuro libere su alma. También le siguen cortando el pelo asiduamente, dado que le sigue creciendo. 

Mucha gente dice que es un truco para que la gente peregrine hasta allí y visite a la muñeca embrujada. De todas formas, cabe recordar que la energía ni se crea ni se destruye, se transforma. ¿La muñeca Okiku es la prueba de que también pasa con los humanos? ¿Qué piensas? ¿Es verdad esto o es un truco, una ilusión?   

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Referencias bibliográficas:

More, J. A. (2018, 30 noviembre). Okiku: La entrañable muñeca embrujada de Japón. Japón And More. https://japonandmore.com/2017/07/21/okiku-la-entranable-muneca-embrujada-de-japon/

Replicantes, L. (2020, 10 febrero). La tenebrosa historia de Okiku: la muñeca japonesa poseída que hace recordar a Annabelle. Los Replicantes. https://www.losreplicantes.com/articulos/tenebrosa-historia-okiku-muneca-japonesa-poseida-hace-recordar-anabelle/#:%7E:text=La%20mu%C3%B1eca%20llamada%20Okiku%20recuerda,estaba%20muy%20enferma%20y%20d%C3%A9bil

La tenebrosa historia de Okiku: La muñeca japonesa poseída que hace recordar a Annabelle. (2017, 8 julio). Guioteca.com | Fenómenos Paranormales. https://www.guioteca.com/fenomenos-paranormales/la-tenebrosa-historia-de-okiku-la-muneca-japonesa-poseida-que-hace-recordar-a-annabelle/

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